Todo inversor bursátil debe tener su manual de resistencia. El inversor es un corredor de fondo, pero en ocasiones le toca esprintar y en otras, tomarse un respiro. La primera decisión importante que debe tomar es sobre su colchón, el financiero evidentemente. Cual es su patrimonio disponible, su liquidez, qué parte de su ahorro debe estar a salvo y qué parte puede arriesgar.
En el mundo de las finanzas abundan los manuales sobre el componente psicológico de la inversión en bolsa. El coaching bursátil. En resumen, lo que se aconseja es evitar el exceso de confianza, el ego y euforia. Venirse arriba cuando encadenas tres operaciones con plusvalías. Prudencia, humildad, no crecerse ante las situaciones difíciles, como les ocurre a los políticos. En un curso de trading en IEBSchool, Ángel Pérez Ruiz, gestor de patrimonios, defendía una especie de santa indiferencia bursátil: ni alegría ni tristeza ante un éxito o un fracaso.Ángel Pérez Ruiz defiende que lo lógico e incluso lo sano es tener más operaciones con pérdidas que con ganancias. La clave está en el apalancamiento. No arriesgamos 100 para ganar 120 sino que arriesgamos 100 para ganar 400. De esta forma sólo necesitamos tener una operación de éxito por cada tres de fracaso para mantenernos en positivo. En mi opinión, este argumento hay que tomarlo con pinzas.
El apalancamiento se consigue con instrumentos de inversión especializados, warrants, CFD…, muy peligrosos y sólo recomendables para inversores muy especializados y veteranos. Un planteamiento más factible es el siguiente: podemos asumir tres operaciones con minusvalías del 4% de media si logramos dos operaciones con plusvalías del 7%.
Aquí es donde surge otro de los errores habituales: la resistencia a vender a tiempo, a deshacer posiciones con pérdidas con la esperanza de «ya se recuperarán las acciones». ¿Cómo se evita esta tentación? Prefijando de antemano un stop loss, automático o manual. Aquí es donde entra la frialdad de los patrones de velas. Si la figura que esperábamos no se cumple, salimos «si o sí». Duro Felguera, Pescanova o Dia tienen un buen puñado que accionistas que pensaron «ya rebotará».
La adicción a la bolsa
La impulsividad es mala compañera de viaje. Toda operación debe tener un sentido: entramos en un valor a un determinado precio y debemos tener muy estudiado cual es nuestro objetivo: a qué precio queremos vender y qué plazo nos damos. Y si no se cumple el objetivo, actuamos en consecuencia.
La bolsa, por su componente de juego, puede ser adictiva y obsesiva. El inversor debe ser consciente de ello. Según la Asociación para la Prevención y Ayuda a la Ludopatía (APAL), en la adición a la bolsa converge el tradicional enganche a las tragaperras y el nuevo mundo online y de las pantallas. Uno de los primeros síntomas es el aislamiento, la soledad.
De ahí la importancia de que el inversor tenga un círculo de confianza, familia o amigos. Y ser sinceros con ellos, contar lo bueno y lo malo. La participación en foros y comunidades virtuales también ayuda a romper el aislamiento. Y conocer a otros inversores con los que compartir sentimientos.
En este punto volvemos al colchón, el financiero y el físico. Quedarse sin liquidez porque nos hemos pillado los dedos es una de las situaciones más críticas. Y bajo ningún concepto se puede tocar el colchón. Quizas así evitemos que las operaciones bursátiles nos quiten el sueño.
